Hace ya algunas jornadas que se nos avisó, mediante pertinente comunicado, para el contrato de nuestros servicios como buenas hordas mercenarias. Y es que, sin echar mucho trapo sobre el asunto, nuestro trabajo lo hacemos bien.
La calidez del verano ha quedado atrás y el frío invierno nos acecha como el cuervo en el campo de batalla. Así, con el frío cubriéndonos como un manto, partió nuestra delegación para ponernos bajo las órdenes de los comandantes de la Compañía de arqueros de la flor de Lis (Arcoflís).
Buenas armas, mejores hombres; trajinamos enseres sobre nuestras pequeñas monturas en un ambiente taciturno para llegar lo antes posible, atravesando el gélido y neblina territorio cataláunico, hacia una pequeña población de nombre Villa-franca del… algo.
Durante toda la tarde fueron llegando levas procedentes del vasto territorio hispano. Bien se encargaron nuestros comensales de que los ejércitos estuvieran bien acondicionados. Para sorpresa nuestra la gran casa comunal tenía buenos fuegos, excelentes criados y viandas suficientes como para sentirse como reyes. Y, aunque montamos campamento y estábamos bien equipados, nuestros hombres prefirieron el calor del hogar al frío estacional (llamadles tontos!!!).
A algunas tropas ya las conocíamos de otras incursiones, con otras fue nuestro primer contacto y, todo hay que decirlo, nos sentimos muy a gusto al abrigo de la camaradería que allí encontramos. No hay nada mejor para el buen combate que los hombres mantengan estrechas relaciones cordiales y el ánimo en alto. Más nuestras bellezas nórdicas también nos acompañaban por si el calor de la amistad no fuera suficiente.
La primera jornada fue para las presentaciones y los abrazos e intercambios de cuernos. Tras dejar las monturas a buen recaudo ultimamos preparativos para el campamento antes de la puesta a punto para el desfile de tropas.
Jaume, el capataz de todas las variopintas hordas, precedía el movimiento de tropas a través de la extrañada población. Pesados yelmos, frío acero, pendones al aire y el estruendo del tambor anunciaban nuestro paso por la localidad. Todos desfilaron silenciosos al paso del tambor, todos menos nuestros paganos miembros. Y es por ello que alguna que otra riña cayó sobre nosotros del agujero bajo la nariz del comandante que se hacía llamar algo así como Mariano.
Todos callaban y obedecían bajo sus órdenes y, aún cuando regañaba y enseñaba los dientes, nuestras tropas no podían ocultar risas bajo ese temperamento marcial. Es sabido que estos paganos del Clan Hávamál pierden la compostura cuando hay féminas cerca y es que éstas abandonaban continuamente la formación para recaudar impuestos a los tenderetes del mercado haciendo que los nórdicos se retrasaban observando su belleza y halagando sus atributos.
Finalmente, tras varias riñas del comandante, arribamos a la gran casa del caudillo de la ciudad a quien algunos rindieron pleitesía y acompañamos hasta su recinto monacal. Es allí donde aguardamos el pregón de maese Enrique.
Bellas palabras salieron de su boca y, aunque el discurso estaba realmente enriquecido con glorias y alabanzas a su rey, no podíamos más que pensar en las riquezas que se hallarían ocultas bajo pospilares de aquel centro religioso. De lo fácil que sería tomarlas y de lo ricos que seríamos por ello. Es algo a tener en mente para futuras incursiones.
Tropas de Factio Exsul, Feudorum Domini, Acha y la Milicia de la Rioja rompieron filas para ponerse manos a la obra en pos de nuestro cometido: recaudo de impuestos para un tal Märaethó. Al que nunca vimos ni conocimos.
Las mujeres del Clan fueron las encargadas, escoltadas por buena guardia, de presidir la entrada al complejo (Mäja Matheödóttir y Mimmers Brunn). Es allí donde los dineros se recaudaban y, aunque creíamos que era mejor utilizar la fuerza para tal fin, se nos ordenó mantenernos lejos para que la sangre de los primeros no disuadiera al resto que se esperaba. Las nórdicas lo hicieron bien: hombres y mujeres sucumbían bajo la influencia de sus encantos aflojando la bolsa al entrar.
Muchos fueron los curiosos, más muchos menos de los que se esperaban. Grandes y pequeños, chicos y chicas participaron de ésta jornada de puertas abiertas mientras se esperaba la arribada de tropas enemigas. Estábamos tranquilos pues nuestros exploradores trajeron las nuevas de que el enemigo avanzaba lentamente hacia allí y no se esperaba su llegada hasta la jornada siguiente.
La jornada aconteció didáctica. Nuestros hombres y mujeres, junto con lo del resto de clanes contratados, participaron abiertamente en la exposición y explicación del muestrario de armamento, armaduras y enseres de los campamentos. Incluso nosotros mismos nos acercamos a tirar con arco y a entrenar con los demás tropas con palos acolchados sobre maderos. Pruebas sin duda de habilidad, fuerza y destreza.
Pero las tropas debían estar listas y tras la excelente vianda que proporcionaron nuestros anfitriones nos dispusimos a algo de entrenamiento. Hay que decir que los adoradores del carpintero saben luchar bien, pero se confían en demasía, eh Jordi!? Jajajaja tu cabeza mordió roca y arena ese día!!! (literalmente).
Pruebas alegres de hombría junto con abundante cerveza y dulce hidromiel.
La exposición de atuendos, tanto militares como civiles, acompañó al fugaz atardecer y a la pagana ceremonia que se realizó.
Era ya oscuro cuando Hrodgar, nuestro lingüista, realizó la ceremonia en ausencia de nuestro Godi. Una ceremonia dedicada a nuestros ancestros, nuestro linaje ahora en el Valhalla en brazos de Odín (Einherjar Blot). Ceremonia en la cual agradecimos nuestra estancia en aquel lugar a manos de nuestros excelentes anfitriones y buenos compañeros del acero.
Tras cerrar puertas sólo nos restó apretujarnos junto al calor del hogar para dar paso al buen comer, mejor beber y al griterío ebrio de los juegos de los juegos que nuestros compañeros aragoneses habían traído para tal ocasión: hombres fornidos imitando gallinas, culos peludos de Martín Faerigölasson, gente corriendo bajo el nocturno frío, gases acumulados soltando calor al aire y otros cantando o tirados por los suelos. La diversión estaba asegurada.
Más tarde, al amparo de la luna, se ofició una boda cristiana. Dista bastante de las tradiciones paganas aún así fue algo muy bello y emotivo. Difícil adiestrar a las ebrias tropas para montar el pasillo algo decente para los novios y más aún aguantar las risas por el cómico sonido de la fauna autóctona Wiiiiiiiih!!!
Solo restaba tras ello acomodarnos en la alcoba para estar descansados para la batalla en ciernes.
La jornada de la acción empezó fresca y, tras el desayuno acompañado, como no, de cerveza, nos dispusimos para el combate. Cotas de malla y acero, yelmos, escudos y espadas, hachas y alabardas listas en el caos que precede la sangre. Buenos arqueros de Arcoflís entre nuestras filas y nuestro Jarl en vanguardia retando a esos insignificantes romanos.
Algunos de los nuestros desertaron para unirse a las filas enemigas, un mal augurio sin duda. Prestas llegaron las saetas golpeando nuestro bravo muro de escudos. El suyo, apretujado y mordiendo tierra era ridículo. Los hombres del norte aguantamos las flechas de pie, las vemos caer y las esperamos. Ellos se retuercen bajo su muro esperando los golpes. Parecía claro el desenlace al ver aquello.
No esperamos mucho más y los muros pronto entrechocaron en una canción de muerte.
Varios choques con algunos heridos pero pronto nos separamos tras la llegada del emisario real y su séquito, que pidieron una lucha de paladines para resolver rápidamente y con pocas bajas esa disputa.
Fue allí donde Jarl Angus cayó bajo la espada de su propio traidor hermano y si eso no desmoralizó las tropas no sé que más pudo ser.
Sabido es que la baja de un comandante vikingo no puede permitirse ya que sus hombres luego luchan sin pasión. Y uno a uno los nuestros fueron cayendo con el ímpetu de los traidores y, aunque Alewar, el “martillo”, intentó asesinar al emisario enemigo, todo cayó en saco roto.
Nuestros enemigos consiguieron rechazarnos y nos vimos huyendo en desbandada intentando salvar nuestras vidas.
Ningún muerto entre nuestras filas nórdicas, muchos heridos de gravedad que fueron inmediatamente atendidos por nuestras señoras del hielo. Ellas si saben como hacer “levantar el ánimo”.
Aún habiendo perdido festejamos la batalla y las jornadas vividas. Grupo a grupo desfilando ante nuestros anfitriones que nos colmaron de halagos y condecoraciones. El pago monetario fue nulo pero el gentil y hospitalario fue rico, sin lugar a dudas.
Solamente restó tiempo para desmontar campamento, cargar las descansadas monturas y despedirnos de aquellas gentes que hicieron que pasáramos un fin de semana a lo grande.
Me queda dar las gracias a Arcoflís por su hospitalidad, por haber hecho posible que saboreáramos la faceta histórico-divulgativa del Clan Hávamál y al hecho de habernos permitido colaborar y participar de este modo con la Marató de TV3: este año dedicada a la recaudación de fondos para la regeneración y trasplante de órganos y tejidos.
Dar las gracias también a los demás grupos de recreación con los que compartimos abrazos, risas, viandas, alcohol y acero. Estamos ansiosos por el reencuentro!
Gracias chic@s! ;)
Poco más se puede decir después del relato de tan magna incursión.
ResponderEliminarARCOFLIS solo quiere expresar en estas líneas el excelente comportamiento, amistad, esfuerzo, compromiso y solidaridad que durante estos días que duró este evento han demostrado los miembros del Clan.
Ha sido un placer compartir con vosotros tan buenos momentos como ceremonias, cervezas y batallas y quizás nos faltó tiempo, por la complejidad de ser anfitriones, para pasar más tiempo con todos los grupos.
En fin, que volvería a ser un honor el volver a cruzar espadas y chocar cuernos con vosotros en cualquier otro evento
El honor ha sido, sin lugar a dudas, nuestro! ;) Un placer!
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